Annie Laird pensaba que formar parte del jurado era uno de sus deberes de ciudadana. No iba a ser fácil, porque su vida no era un camino de rosas. Además de tener que criar ella sola a su hijo, trabajaba como preocesadora de datos e intentaba ser escultora en sus ratos libres. Pero lo que no podía imaginar era que su conciencia la empujaría sin remisión a un infierno tan cruel como obsesivo.
Descripción
Descripción: Barcelona, 1996. Traducción de Eduardo G. Murillo. 329 páginas, 23 cm.
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